miércoles, 12 de septiembre de 2012

Transparente fantasía



Transparente fantasía
(Kiko, Mayo 2011)

Domingo, por la mañana, Alvarito y su mamá han ido a visitar al abuelo a la residencia. Normalmente, suelen ir los sábados, pero ayer ocurrió algo que trastocó todos sus planes.
Si preguntamos a Inés, la mamá de Álvaro, dirá que su hijo fue atropellado por un coche, que gracias a Dios no pasó nada; que se volvieron a casa sin hablarse; ella completamente desquiciada, que le dio dos azotes (Álvaro sabe que fueron cuatro), y que le castigó encerrándole en su cuarto para poder desahogarse a gusto, aunque “seguro que me oyeron llorar hasta en Sebastopol”, diría.
Si nos lo cuenta Alvarito, “la culpa fue de mamá que me asustó y por eso me corté”, resumiría en una frase, como suelen hacer los niños. El abuelo no entendía nada.
En la residencia, el abuelo se alegró de verles e Inés estaba ya mucho más tranquila.
Ella, como tantas otras veces, le guiñó un ojo al abuelo buscando su complicidad en lo que iba a decir. Él sonrió.
-          Hoy, ¿sabes qué?, pues que se ha hecho invisible. Yo sé que está aquí, a mi lado, porque no le suelto la mano, y porque le oigo, eso sí – dijo Inés muy teatral mientras hacía gestos al abuelo para que le siguiera el rollo.
-          ¡Pues, menos mal que no se le ha juntado con lo de la otra vez, que no le oíamos! –quiso recordar el abuelo haciendo referencia a otros episodios fantásticos de su nieto- ¡Alvarito, Alvarito!, a ver, ¿dónde estás? –y el abuelo palpaba el aire con la mirada perdida ligeramente hacia arriba haciendo como que no le veía- ¡ah!, ¡aquí estás, granuja! –dijo, poniéndole la mano bruscamente sobre la cabeza-
-          Pero abuelo, si ahora me puedes ver,… no siempre soy invisible,… es solo cuando yo quiero,… Es por lo que me pasó ayer…
Una tenue sonrisa se dibuja en las comisuras de sus labios.
-          ¡Calla, que menudo susto me dio!... ¡lo debieron sentir hasta en Sebastopol!, ¡Y, encima, le reímos la gracia!
-          Pero, cuéntame, ¿cómo fue? –quiso saber el abuelo.
-          ¡Para matarle! Se soltó de mi mano, cómo no, y salió corriendo, ¡y mira que sabe que no me gustan esos juegos cuando vamos por la calle! Se iba escondiendo entre la gente y le perdí de vista. De repente oí un frenazo,… ¡mira!... ¡impresionante!... ¡Se debió de escuchar hasta en Sebastopol! “¡Alvarito!”, pensé. Y corrí hacia el lugar dónde se amontonaba la gente,… Y me le veo allí,… sentado en el suelo, rodeado de cristales,… delante de un coche abollado y con los faros rotos,…
Un señor dando voces y llevándose las manos a la cabeza,…,
Otro llorando como un niño, tapándose la cara con las manos,…
Los policías,… ¡casi me da un infarto allí mismo!... Y la vergüenza que pasé,… ¡qué pensarían de mí todos los allí presentes!... “¡Qué madre más irresponsable,… dejar a su hijo solo,… qué imperdonable descuido,… vaya madre,… y esto es lo menos que podía pasar,… menos mal que ha habido suerte y no le ha pasado nada, porque el golpe ha sido tremendo,…!”
Pero, anda, ¡díselo tú, a ver si al abuelo le hace más caso!, ¡dile que no se cruza sin mirar!, ¡dile que no hay que soltar la mano de mamá cuando se va por la calle!, venga, ¡díselo!
-          ¡Pero, Alvarito, hombre, como se te ocurre,… ¡ -intentó regañarle el abuelo-
-          ¡No, no y no! ¡No fue así! –gritaba con fuerza Alvarito- ¡Mamá tuvo la culpa! Ella cree que me atropelló ese coche, pero no.
Alvarito le cuenta entonces al abuelo con pelos y señales cómo se soltó de la mano de mamá, por jugar, cuando venían a visitarle como todos los sábados. Y como se escondió entre la gente, jugando. Y cómo vió en la calzada a un niño trasparente, “tan trasparente que era invisible”, diría –y aquí empezaba la incredulidad de Inés y el abuelo, que se miraron de refilón, dialogando con la mirada- Y que vió cómo aquel coche atropellaba a ese niño invisible y se desparramaba por el suelo su pequeño cuerpo hecho añicos, roto en mil pedazos de cristal. No recordaba si el frenazo fue antes o después del atropello, pero lo que sí recordaba es que el brillo de aquellos pedacitos le atraía con fuerza, y por eso se acercó y se sentó en el suelo y recogió cuatro trozos muy singulares: medio corazón, una oreja y dos bolitas: los ojos. Y el abuelo imaginaba hasta los diálogos de los personajes de aquella greguería urbana:
-          ¡Alvarito! –Inés corría, gritando asustada, temiéndose lo peor- ¡Ten cuidado, no cruces!, ¡Alvarito!, ¿Dónde estás? –el suelo lanzaba miles de aleatorios destellos-
-          ¡Dios! ¡Lo he matado!“ ,  gritaba un hombre mientras bajaba de su automóvil. La gente se amontonaba y se preguntaban unos a otros “Pero, ¿qué ha pasado?”
-          ¡Algo me deslumbró!... ¡como un flash!, y luego… no sé,… creí ver a un niño y… ¡qué horror! –el hombre se echó a llorar, seguramente al recordar cómo le había golpeado con fuerza con su vehículo-, pero,… ¿dónde está ese niño?, ¡Ah, ahí está!, y parece que no le ha pasado nada,… ¡Gracias, Dios mío!,… pero, ¿qué son todos esos cristales?...
Álvaro le contó al abuelo que aquel hombre creía haberle atropellado, pero no fue así, atropelló a otro niño, un niño de cristal. Inés le corregía queriéndole convencer de que eso no podía ser y de que debería empezar a ver las cosas sin tanta fantasía y ser más responsable, pero Álvaro insistía muy enfadado “¡fue así, de verdad, como lo estoy contando!”
-          ¿Qué es todo esto? ¿Hay algún herido? –llegó diciendo la autoridad-
-          ¡Yo no he tenido la culpa! ¡Ése niño se me echó encima justo cuando un reflejo muy fuerte me hizo cerrar los ojos y… ¡Dios mío!, ¡Lo siento! –lloraba mientras gritaba su inocencia-
-          ¿Ese niño? –dijo el policía- ¿Estás bién, chaval?, a ver, ¿te duele algo?, ¿y tú mamá?, levanta, anda, que te vas a cortar con esos cristales. El hombre seguía implorando desconcertado y hablando sin parar. La gente le rodeaba. Y,…
-          Entonces, apareció mamá, “¡Alvarito!”, gritó; yo me asusté, y me corté con uno de los  trozos de cristal que había recogido, el medio corazón… luego pasó lo que ha contado mamá: los dos azotes, la vuelta a casa, mamá muy enfadada; luego, me curó la herida de la mano y me dio otros dos azotes y me castigó encerrándome en mi cuarto. Yo la oía llorar y me puse muy triste porque estaba castigado y no podía salir a pedirla perdón,…  y por eso no vinimos ayer a verte.
-          ¿Cómo que te cortaste con un trozo de corazón?, a mí eso me lo tienes que explicar, –dijo el abuelo, desconcertado-
-          ¡Pues eso, que el pobre niño atropellado era de cristal! ¡que sí! ¡de verdad! Y yo me corté con un trozo de su corazón! ¡Y, desde entonces, yo también me hago trasparente, a veces!, ¡vamos, que desaparezco! …me parece que no me crees, como mamá… el próximo sábado, cuando vengamos a verte, traigo los cristales y te los enseño, ¡a ver si así me creéis!


……………………………..
Domingo por la tarde:
-          ¡Alvarito!, ¡ven inmediatamente!, ¿no sabes que hay que vaciar los bolsillos antes de echar un pantalón a lavar?, ¿qué son estos…¡cristales!, ¡Alvarito! ¡Por Dios!
-          Mamá, no me grites, que no estoy sordo. Estoy justo delante de ti, pero no me puedes ver.
-          ¡Alvarito! ¡no me asustes! ¿Dónde estás? ¡No juegues conmigo!...
-          No estoy jugando, mamá. Verás,… te voy a coger la mano,… ¿Lo ves?... ¿Me crees ahora?
-          ¡Oh, no!, ¡Dios mío! –gritó Inés-

…………………………………………….

En todos los periódicos de Sebastopol se habló durante mucho tiempo de aquel extraño ruido, como el frenazo de un coche, que se escuchó una mañana, seguido, poco después, de unos gimoteos de desesperación y hasta sintieron miedo, no supieron por qué. Pero lo peor fue el atronador “¡Oh!, no!, ¡Dios mío!” esa misma tarde, que puso la carne de gallina a sus habitantes. Voz de mujer, por cierto.

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