martes, 11 de septiembre de 2012

MUS (Kiko, 2010)



MUS (Kiko, 2010)

-         Mus
-         Mus
-         Y yo, ¿Qué digo, compañero?
-         Tú verás,… yo aquí tengo un cañón,… ¡venga, hablando! Envido, envido, y, si hay pares, 16.
-         ¡Dos envites, dos convites! Y, a tus pares,…
-         ¡Shh…!, quieto, lo vemos también, compañero, con eso no se salen.
-         Juego, sí
-         Sí.
-         No.
-         Sí.
-         Con 32 no me la juego… ¡la mano de un niño! ¡para que me quieras!
-         ¡Te quiero!

………………………

            “El abuelo”, le decían en el barrio. Por viejo. Con cariño.

            Ellos sabían a qué estaban jugando. El abuelo hacía tiempo que lo había olvidado. Pero siempre ganaba. Torcía el morro, guiñaba el ojo, elevaba las cejas, pura rutina. En su retina, el vacío, la nada.

            La de veces que les había hablado de su mujer, de su casa -de su gran casa-, de su trabajo, de su hijo –“el cabrón de mi hijo”, decía él- y de cómo le quiso. Y de cómo lo fue perdiendo todo.

……………………………..

-         La grande es tuya, abuelo –le engañaban-

……………………………..

            Estar allí cuando llegaba el abuelo se había convertido en su razón de ser. El abuelo no tenía ya sentido del tiempo. Podía aparecer en cualquier momento, a cualquier hora. Ellos siempre estaban preparados.

-         Esto no sirve para nada. No hay nada que hacer. El abuelo no va a recuperar la memoria –solía decir el más joven-
-         Mira, en eso tienes razón. Pero podemos hacer que no olvide. Solo necesita estímulos y para eso estamos nosotros aquí. Hemos pasado muy buenos ratos con él. ¿O no? Tenemos que hacer que nos cuente,… hacerle recordar cosas, hechos, cuanto más recientes, mejor… ¡que sus neuronas estén activas! …No queremos verle infeliz, que no se apague.
-         El chico tiene razón. Cada día habla menos. Y, ¿os habéis fijado como nos mira? ¡Nos atraviesa! No estamos… Está en otro sitio, es incapaz de…
-         ¡Por Dios! –interrumpió, perdiendo la compostura el más corpulento de los tres-¿Es que nos vamos a rendir? ¿Vamos a dejar que se nos vaya?, que no nos reconozca?, ¿Qué no nos recuerde?, al menos estos ratos… él está a gusto. Está disfrutando… Y yo también, ¡joder!

Avergonzados, los otros dos bajaron la cabeza. Vicente no sabía donde meterse.

……………………………..

-         La chica es tuya también…
-         ¿Y los pares?,… ¡Nuestros!, ¡Los pares son nuestros!,… 16 más dos de medias más tres de duples… -gritaba emocionado el abuelo-
-         Pero abuelo, ¿cómo cortas el mús con esas cartas?,… ¡si no tienes ni pares!, ¿y qué cuentas estás echando?... –le replicó su compañero, que, en ese momento recibió un par de patadas por debajo de la mesa y dos miradas que le perdonaban la vida por encima.

……………………………….

            La soledad le quemaba. Fue perdiendo referencias. No sabía quién era, ni porqué estaba ahí. Creía llamarse “Abuelo”. Y tú, ¿quién eres? ¿Por qué me miras?,… parecía preguntar.

……………………………….

-         ¿Tienes juego, abuelo?
-         ¿Juego? ¿qué juego? ¿Porqué me miráis así? …No me gusta que me miren así… ¿Quién eres? – se atrevió a decir en voz alta mirando al más joven con desconfianza-

Se sentía acorralado, estaba asustado, indeciso, indefenso.

Se respiraba tensión una vez más. Se repetía la escena de todos los días, la que rompía los corazones de todos los presentes, incluso de Vicente, parapetado detrás de la barra. Y la misma respuesta, o parecida, la que ponía a prueba su fortaleza, la que bombardeaba sus voluntades. El aludido se levantó, le miró fijamente y le habló con serenidad, intentando trasmitir confianza y calor:

-         Abuelo, soy yo, Fernandito, tu nieto, y … ¡me has vuelto a ganar, carajo! –dijo con lágrimas en los ojos-
-         ¡Yo no tengo nietos! ¿Qué queréis de mí?
-         Papá, ¡es Fernandito! Ha venido a jugar contigo al mus. Tú le enseñaste, ¿recuerdas?
-         Y tú, ¿quién eres? ¿Porqué me dices “Papá? ¡Yo no tengo hijos! –dijo, inconsciente del dolor que causaba, dibujándose tras su comentario dos húmedos surcos en las mejillas de aquel hombretón.
-         ¡Sí tienes!, ¡y estoy aquí! Contigo,… siempre contigo,… Anda, sigue jugando…

El abuelo se levantó sin energía, confuso, como enfadado, y se dirigió lentamente hacia la puerta hablando para sí:

-         … yo no tengo hijos,… no tengo nietos,… no tengo hijos,… no…
-         ¡Abuelo!, ¡no te vayas todavía!, que no hemos terminado de contar,… mira… el juego, los pares,…

El abuelo, ensimismado, no escuchaba, solo caminaba, se alejaba de la mesa de juego.

-         ¡Órdago, Padre! ¡Te estoy echando un órdago!...

……………………………….

Cuando cerró la puerta tras de sí ya había olvidado lo que acababa de vivir. Caminó sin autonomía, sin decisión, acera abajo por inercia. Sí sabía que ahora venía del bar de Vicente, de echar la partida, pero no sabía donde iba. Recordaba haber barajado un mazo de cartas pero no con quién había jugado. Sabía, eso sí, que había ganado, … ¡siempre ganaba!... “¡al mus y a la taba se murió quien me ganaba!”, pensaba en voz alta, “¡no me tengo ni que sentar, dejo la boina en la silla y ella juega por mí!”, … Hacía un largo silencio y volvía a repetir “al mus y a la taba…” ¿Qué me está pasando?, pensaba, y luego ya no pensaba. Y otra vez, como si fuera la primera vez, se veía barajando y hablando y voceando … ¡mus!, ¡órdago!, ¡envido!, ¡dos más!,… y contando los puntos. Y sabía que había llegado a su destino porque se le pararon los pies, pero no sabía para qué ni por qué ni qué tenía que hacer allí.

De repente recordó la última escena en el bar de Vicente.

-         ¿Órdago? ¡Me han echado un órdago! –pensó-

Y sus labios, cómplices, sorpresivos, dibujaron lentamente una sonrisa. Sus ojos, solidarios, se fueron haciendo pequeñitos poco a poco. Su piel se estiraba por aquí, se arrugaba por allá. Y sus cejas se elevaron en armonía milimétrica con todo lo demás dibujando una puesta de sol en su cara.Y su garganta, al fin, reventó, dejando escapar una de esas palabras, para él inolvidables:

- ¡Quiero!

No hay comentarios:

Publicar un comentario