MUS (Kiko, 2010)
-
Mus
-
Mus
-
Y yo, ¿Qué digo, compañero?
-
Tú verás,… yo aquí tengo un cañón,… ¡venga, hablando!
Envido, envido, y, si hay pares, 16.
-
¡Dos envites, dos convites! Y, a tus pares,…
-
¡Shh…!, quieto, lo vemos también, compañero, con eso no
se salen.
-
Juego, sí
-
Sí.
-
No.
-
Sí.
-
Con 32 no me la juego… ¡la mano de un niño! ¡para que
me quieras!
-
¡Te quiero!
………………………
“El abuelo”, le decían en el barrio.
Por viejo. Con cariño.
Ellos sabían a qué estaban jugando.
El abuelo hacía tiempo que lo había olvidado. Pero siempre ganaba. Torcía el
morro, guiñaba el ojo, elevaba las cejas, pura rutina. En su retina, el vacío,
la nada.
La de veces que les había hablado de
su mujer, de su casa -de su gran casa-, de su trabajo, de su hijo –“el cabrón
de mi hijo”, decía él- y de cómo le quiso. Y de cómo lo fue perdiendo todo.
……………………………..
-
La grande es tuya, abuelo –le engañaban-
……………………………..
Estar allí cuando llegaba el abuelo
se había convertido en su razón de ser. El abuelo no tenía ya sentido del
tiempo. Podía aparecer en cualquier momento, a cualquier hora. Ellos siempre
estaban preparados.
-
Esto no sirve para nada. No hay nada que hacer. El abuelo
no va a recuperar la memoria –solía decir el más joven-
-
Mira, en eso tienes razón. Pero podemos hacer que no olvide.
Solo necesita estímulos y para eso estamos nosotros aquí. Hemos pasado muy
buenos ratos con él. ¿O no? Tenemos que hacer que nos cuente,… hacerle recordar
cosas, hechos, cuanto más recientes, mejor… ¡que sus neuronas estén activas!
…No queremos verle infeliz, que no se apague.
-
El chico tiene razón. Cada día habla menos. Y, ¿os
habéis fijado como nos mira? ¡Nos atraviesa! No estamos… Está en otro sitio, es
incapaz de…
-
¡Por Dios! –interrumpió, perdiendo la compostura el más
corpulento de los tres-¿Es que nos vamos a rendir? ¿Vamos a dejar que se nos
vaya?, que no nos reconozca?, ¿Qué no nos recuerde?, al menos estos ratos… él
está a gusto. Está disfrutando… Y yo también, ¡joder!
Avergonzados, los otros dos bajaron la cabeza. Vicente
no sabía donde meterse.
……………………………..
-
La chica es tuya también…
-
¿Y los pares?,… ¡Nuestros!, ¡Los pares son nuestros!,…
16 más dos de medias más tres de duples… -gritaba emocionado el abuelo-
-
Pero abuelo, ¿cómo cortas el mús con esas cartas?,… ¡si
no tienes ni pares!, ¿y qué cuentas estás echando?... –le replicó su compañero,
que, en ese momento recibió un par de patadas por debajo de la mesa y dos miradas
que le perdonaban la vida por encima.
……………………………….
La soledad le quemaba. Fue perdiendo
referencias. No sabía quién era, ni porqué estaba ahí. Creía llamarse “Abuelo”.
Y tú, ¿quién eres? ¿Por qué me miras?,… parecía preguntar.
……………………………….
-
¿Tienes juego, abuelo?
-
¿Juego? ¿qué juego? ¿Porqué me miráis así? …No me gusta
que me miren así… ¿Quién eres? – se atrevió a decir en voz alta mirando al más
joven con desconfianza-
Se sentía acorralado, estaba asustado, indeciso, indefenso.
Se respiraba tensión una vez más. Se repetía la escena de todos los días,
la que rompía los corazones de todos los presentes, incluso de Vicente,
parapetado detrás de la barra. Y la misma respuesta, o parecida, la que ponía a
prueba su fortaleza, la que bombardeaba sus voluntades. El aludido se levantó,
le miró fijamente y le habló con serenidad, intentando trasmitir confianza y
calor:
-
Abuelo, soy yo, Fernandito, tu nieto, y … ¡me has
vuelto a ganar, carajo! –dijo con lágrimas en los ojos-
-
¡Yo no tengo nietos! ¿Qué queréis de mí?
-
Papá, ¡es Fernandito! Ha venido a jugar contigo al mus.
Tú le enseñaste, ¿recuerdas?
-
Y tú, ¿quién eres? ¿Porqué me dices “Papá? ¡Yo no tengo
hijos! –dijo, inconsciente del dolor que causaba, dibujándose tras su
comentario dos húmedos surcos en las mejillas de aquel hombretón.
-
¡Sí tienes!, ¡y estoy aquí! Contigo,… siempre contigo,…
Anda, sigue jugando…
El abuelo se levantó sin energía, confuso, como enfadado, y se dirigió
lentamente hacia la puerta hablando para sí:
-
… yo no tengo hijos,… no tengo nietos,… no tengo
hijos,… no…
-
¡Abuelo!, ¡no te vayas todavía!, que no hemos terminado
de contar,… mira… el juego, los pares,…
El abuelo, ensimismado, no escuchaba, solo caminaba, se alejaba de la
mesa de juego.
-
¡Órdago, Padre! ¡Te estoy echando un órdago!...
……………………………….
Cuando cerró la puerta tras de sí ya había olvidado lo que acababa de
vivir. Caminó sin autonomía, sin decisión, acera abajo por inercia. Sí sabía
que ahora venía del bar de Vicente, de echar la partida, pero no sabía donde
iba. Recordaba haber barajado un mazo de cartas pero no con quién había jugado.
Sabía, eso sí, que había ganado, … ¡siempre ganaba!... “¡al mus y a la taba se
murió quien me ganaba!”, pensaba en voz alta, “¡no me tengo ni que sentar, dejo
la boina en la silla y ella juega por mí!”, … Hacía un largo silencio y volvía
a repetir “al mus y a la taba…” ¿Qué me está pasando?, pensaba, y luego ya no
pensaba. Y otra vez, como si fuera la primera vez, se veía barajando y hablando
y voceando … ¡mus!, ¡órdago!, ¡envido!, ¡dos más!,… y contando los puntos. Y
sabía que había llegado a su destino porque se le pararon los pies, pero no
sabía para qué ni por qué ni qué tenía que hacer allí.
De repente recordó la última escena en el bar de Vicente.
-
¿Órdago? ¡Me han echado un órdago! –pensó-
Y sus labios, cómplices, sorpresivos, dibujaron lentamente una sonrisa. Sus
ojos, solidarios, se fueron haciendo pequeñitos poco a poco. Su piel se
estiraba por aquí, se arrugaba por allá. Y sus cejas se elevaron en armonía
milimétrica con todo lo demás dibujando una puesta de sol en su cara.Y su
garganta, al fin, reventó, dejando escapar una de esas palabras, para él inolvidables:
- ¡Quiero!
No hay comentarios:
Publicar un comentario